Mensaje o Paisaje
- Por: Santiago Rodas
- 27 oct 2015
- 3 Min. de lectura
Pasas varias veces por el muro. Lo ves al ir al trabajo, a la universidad, a la cita con una novia. Admiras su textura desde lejos, tiene buena visibilidad, te dices. Todo esto pasa de día cuando eres un ciudadano más, un transeúnte. En la noche duermes con una sensación en el estómago de ausencia, algo falta. Debes llegar rápido al muro, sino otro llegará antes. No, ese spot tiene que ser tuyo. Son el uno para el otro. Tu firma a ese lado, aquí la pieza, acá una sombra, le pones el powerline amarillo, sí, amarillo, para que sobresalga mucho más. Despiertas del sueño de pintura y recuerdas que debes hacer otras cosas menos importantes como desayunar, ir al trabajo, responder mails, vivir tu vida.
Vas en bus al centro. Hay piezas nuevas: una Plaga kafkiana con unas letras del Tour, una bomba de los CRC en un arriesgado tercer piso de una fábrica, y te preguntas cómo subieron hasta allá. Ves firmas de gente que no conoces. El centro es el lugar de todos. Las pinturas nuevas abundan y te has vuelto un cazador de ellas. Reconoces las firmas como pistas; sabes quién se mete a pintar al centro y quién no. Caminas por detrás del parque de las Luces, vas al almacén La Cabalgata. Los vendedores te reconocen, pides tres latas de magenta, una de negro, en casa tienes vinilo suficiente y unos sobrantes de amarillo. Estás listo. El muro te espera.
Son las 11 p.m. de un lunes de agosto. No hay nadie en la calle, te gusta Medellín vacío y de noche. Caminas hasta el muro añorado. Miras que no venga nadie. Sacas del morral las latas de pintura, el vinilo. El corazón trota debajo de tu camisa pintada. Trazas una figura que te sabes de memoria con el aerosol magenta como si fuera una coreografía; tratas de no respirar el gas de la lata y te tapas con el cuello de la camiseta; tardas menos de 2 minutos en rellenar todo; marcas el rostro de lo que parece un conejo enmascarado; delineas con el aerosol negro; aplicas unas luces con aerosol blanco; cortas los errores con una línea de contorno amarillo; el powerline para los amantes del graffiti en inglés. La pieza está casi lista y es justo el momento en que suena el motor con un sonido que reconoces inmediatamente. Los policías te preguntan que si tienes permiso, un poco aturdido por la llegada repentina, explicas que no, que no precisamente un permiso pero que has trabajado con procesos sociales de pintura, arguyes que estás haciendo algo bonito, para llenar de color un espacio que antes estaba casi abandonado. Sabes que correr es un error, lo aprendiste a la fuerza. A algunos policías les gusta el graffiti y que a veces sólo quieren conversar. El policía que bajó de la moto te pregunta si estás haciendo mensajes o paisajes, le dices que esta vez estás haciendo un mensaje, pero que sí te deja terminar, puede que aparezca, mágicamente, un paisaje. El policía se monta en la moto y te dice que tienes diez minutos y se va. Sabes que va regresar en el tiempo acordado y es mejor terminar de una vez. Trazas unos círculos y unos triángulos geométricos en el fondo de la pieza. Terminado el paisaje, guardas las latas y el vinilo y caminas en dirección a tu casa con una sensación de liviandad.
Esa noche tienes un sueño profundo, te levantas cinco minutos antes que suene el despertador. Debes ir a tomar una foto para el registro, porque en cualquier momento pueden borrar la pieza. Antes de llegar, ves otro muro propicio. Admiras su textura desde lejos. Es un buen punto, tiene buena visibilidad, te dices, sabes que en la noche dormirás con una sensación en el estómago de ausencia. Quedaría muy bien uno de tus mensajes, y si te alcanza la pintura y el tiempo se podría mejorar con un paisaje.

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